De las muchas mentiras tejidas en
torno a monsieur SARALEGUI, quizá la mas utilizada por sus detractores sea la
de la camada de hijos falsos que se le adjudican. SARALEGUI, se sabe, ha sido
un andariego incansable, un caminante bucólico y también –es cierto- un fino
visitador de alcobas. Gallardo y servicial, nunca mezquinó la protección de su
ala seductora, a cuanta joven ardiente se le cruzó en sus andanzas. Sin
embargo, se cuidó siempre de quedar apresado en la infamante trampa de “lo
familiar”. SARALEGUI, como todo vagabundo, ha evitado quedar por mucho tiempo
en un mismo sitio y por consiguiente, ha tomado las medidas correspondientes
para sortear esas pequeñas y molestas ataduras que llaman hijos. Sin embargo,
al paso de los años, comenzó a recibir cartas llorosas, misivas plagadas de tristezas y mensajes
puteadores. Desde diferentes puntos del país, llovían sobres conteniendo una
sarta de falsas paternidades. En un momento SARALEGUI sospechó que “Los
desarrapados de la ochava” eran los autores de estas triquiñuelas y que lo
hacían con el sólo fin de embromar un rato. Pero era imposible que ellos
tuvieran tanta información, nombres femeninos, edades, lugares y hasta eróticas
descripciones íntimas. Su amigo, el “Pato” CITAVICH se ofreció a dar ayuda
inmediata. Tomó el último sobre, pidió a SARALEGUI una descripción de aquella
muchacha y se aprestó a viajar en su limusina de plástico hasta la zona de
Junín. Al llegar a la dirección indicada -con temblorosa letra femenina- se
compró un tentempié de mortadela y una Bidú y esperó. Largas horas
transcurrieron, hasta que un jovencito cruzó la tranquera junto a una señora
semejante a la imagen ofrecida por SARALEGUI. El “Pato” CITAVICH no tuvo el
coraje de hablarles. Les sacó una foto y se aprestó a regresar, impactado. El
rostro del muchachito era el espejo fiel de su amigo. Pobre SARALEGUI!
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