Aparece, inexorablemente, en las noches de tormenta, en las asambleas y las fiestas populares, en las horas de insomnio, en la visión de las muchachas desnudas, en los amaneceres trágicos y en los libros que de verdad me poseen.
SARALEGUI, mi otro yo, a diferencia de mi, cree en dios, cree fervorosamente en Dionisio y lo celebra en cada irrupción celeste.
Sin SARALEGUI, yo no sería yo, sería otro.
Gracias SARALEGUI, por tu arrasadora invasión de mis días.
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